domingo, 12 de marzo de 2017

Los mil días - Carlos Peña

Los mil días

   
Ayer se cumplieron tres años -los mil días- del gobierno de la Presidenta Bachelet. Se trata de un tiempo más que suficiente para arrojar una cierta fisonomía, un conjunto de rasgos con los que, cuando se lo mire a la distancia, será recordado.

¿Cuáles son esos?

Ante todo la ambición transformadora.

Desde que se recuperó la democracia, ningún gobierno había mostrado el apetito de cambio del segundo gobierno de Bachelet. Hasta ella, todos se habían mostrado más o menos conformes con la inercia modernizadora del mercado y habían sugerido morigerar algunos de sus defectos. Bachelet, en cambio, ha sido la primera que sugirió cambiar el carácter totalmente contributivo de esa modernización, por un enfoque universalista de derechos en algunas áreas básicas. Si en el sistema contributivo cada uno recibe en razón de haber previamente aportado, en el sistema universalista cada uno recibe bienes básicos en razón de ser miembro de la comunidad política. Allí donde cada uno en pensiones, salud o educación recibe tanto como dio, su gobierno declaró el propósito que en cada una de esas áreas cada uno reciba lo que necesita. Algo así no suprimía el mercado, simplemente lo corregía.

Muy sensato.

Pero, desgraciadamente, lo que en un político es sensata ambición transformadora, en manos de los intelectuales que se ganan la vida no exactamente pensando, sino dando ideas, redactando informes y escribiendo discursos, suele transformarse en un desvarío. Los intelectuales que soplan sus consejos al oído del poder buscan conceptos que justifiquen la decisión del político, y de ahí entonces que cuando se les solicita fundamentar un proyecto de cambio suelen elevarse en búsqueda de premisas cada vez más abstractas, elevadas e inverificables hasta que así logran perder todo contacto, o casi todo, con la realidad.

Y cuando descienden en busca de ella ya no la encuentran.

Eso fue lo que le pasó a Bachelet en estos mil días.

El correcto ímpetu transformador -corregir las patologías de la modernización- se transformó de pronto en mala sociología y se alejó de la realidad: las complejidades de la modernización se redujeron a defectos del neoliberalismo, este último se equiparó a la expansión del mercado, el mercado al lucro, la expansión del mercado a falta de cohesión social, la falta de cohesión social a segregación, la segregación a peligro de una fractura social definitiva.

Y como se comprende, después de que el intelectual -siguiendo un concepto tras otro, hilando una palabra tras otra, rimando una idea con otra- diagnosticó ese trágico destino, las reformas aparecieron pálidas y pocas. ¿Acaso frente a grandes peligros no habrá que idear grandes soluciones? Había pues que radicalizarlo todo, así fuera nada más en las palabras. El resultado de todo esto fue la distancia, que las mediciones de opinión constatan, entre la subjetividad de las personas, la manera en que ellas viven y relatan su propia trayectoria vital, por una parte, y la manera en que el Gobierno y sus personeros describen la experiencia de dos décadas de modernización.

Allí donde la gente ve una experiencia de autonomía y mejora material, el Gobierno y sus personeros ven una simple mercadización de la vida; y allí donde la gente disfruta la libertad y padece sus inevitables zozobras, el Gobierno y sus personeros ven un malestar que anhela comunidad y cohesión.

Por supuesto, es la gente la equivocada.

Porque uno de los rasgos del diagnóstico que efectúa el intelectual que sopla sus secretos al oído del poder, es que es irrefutable, porque cualquier dato que lo contradiga se explica al interior del propio diagnóstico. Así si la gente quiere escoger colegio y pagar por él en la competencia por el estatus que la modernización desató, ello es porque son arribistas y el arribismo es una forma de enajenación que el mercado, al acicatear la competencia, desató. Y si la gente no participa en gran número del proceso constituyente, ello es porque la política carece de legitimidad, que es justamente lo que la nueva Constitución viene a remediar. Lo que parecía desmentir el diagnóstico, concluye triunfante el intelectual, lo confirma.

Todo ello -claro- hasta que la siguiente elección lo refute.

Porque el sensato impulso transformador -gracias al desvarío- arriesga dar el triunfo por segunda vez a la derecha en apenas un cuarto de siglo. Algo que no ocurrió durante todo el siglo XX.

Hay que reconocerlo: todo un logro para apenas mil días.

La irrelevancia del ALBA

La irrelevancia del ALBA - El Mercurio

   
Como marginal y proveniente de un bloque irrelevante ha calificado el canciller la declaración de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de América (ALBA) a favor de la aspiración marítima boliviana. Tiene razón el ministro. Corresponde asumir esa realidad con una estrategia que favorezca los intereses nacionales y latinoamericanos. Por irrelevante que sea, el ALBA es una realidad que no se puede ignorar y a la que hay que responder.

El bloque fundado por los difuntos Fidel Castro y Hugo Chávez está condenado a desaparecer. Su sostenida decadencia surge del total fracaso del populismo y del socialismo del siglo XXI que lo sustentan. A ello se suman el desprestigio de sus líderes ante la comunidad internacional, el término de los gobiernos de Dilma Rousseff y Cristina Kirchner y del apoyo entonces brindado por Argentina y Brasil, y, principalmente, el colapso del gobierno del Presidente de Venezuela y de Petrocaribe, el programa de subsidio petrolero a Cuba y demás naciones del Caribe que la integran. El inminente final del gobierno de Rafael Correa será otro golpe para la defunción de la Alianza Bolivariana, que se compara patéticamente con la floreciente Alianza del Pacífico.

No hay que esperar la expiración del ALBA. En el intertanto, agravia a la política exterior de Chile, daña a la democracia y divide a América Latina y el Caribe. El bloque bolivariano impide al Secretario General de la OEA aplicar la Carta Democrática a Venezuela y alienta a Bolivia en su demanda territorial en contra de Chile.

Que los presidentes Castro, de Cuba; Morales, de Bolivia; Ortega, de Nicaragua, y Maduro, de Venezuela, recapaciten está fuera de toda posibilidad. Lo propio vale respecto de las relaciones con Chile: no es primera vez ni será la última, mientras exista, que el ALBA se pronuncie a favor de Bolivia.

Desde hace tiempo se debieron revisar los programas de cooperación con esos gobiernos y suspender los vigentes con Ecuador mientras presida Rafael Correa, asignando esos medios a gobiernos afines a los intereses de los chilenos. Sin compartir con Chile los valores de la libertad y de la democracia, y a pesar del reciente agravio por la prohibición de un homenaje al Presidente Aylwin en La Habana, Cuba cuenta con facilidades de financiamiento público que no se disponen para el comercio con ningún otro país.

A la vez, en una acción concertada con otros gobiernos de la región, cabe abandonar la pasividad ante la gestión y abusos del Presidente Maduro y apoyar abiertamente al Secretario General de la OEA en su iniciativa a favor de los derechos humanos y la democracia en Venezuela.

Una mayor presencia diplomática acompañada de más cooperación en el Caribe es oportuna ante la decadencia venezolana.

Por irrelevante que sea, el ALBA es una realidad que no se puede ignorar y a la que hay que responder.

jueves, 9 de marzo de 2017

Piñera empresario y político - El Mercurio

Piñera empresario y político

   
Señor Director:

En su edición del domingo 5 de marzo, los columnistas Carlos Peña y Joaquín García-Huidobro abordaron el tema de la doble condición de Sebastián Piñera como político y empresario, aunque el segundo fue más lejos al sostener que se trata de una doble "vocación". Término que no me parece apropiado para el caso, porque si Sebastián Piñera tuviera una real vocación política, la habría seguido desde su juventud. Así, el hecho de que él haya aspirado a ser Presidente de la República en su tercera edad parece obedecer más a una ambición suya muy personal y no a una vocación tardía como cree el columnista.

Joaquín García-Huidobro sostiene que en ambas "vocaciones" Sebastián Piñera demuestra tener una prodigiosa inteligencia... Inteligencia es una palabra de contenido muy profundo que incluye mucho más que la habilidad necesaria para tener éxito en los negocios. Y si esta habilidad define la verdadera vocación del ex Presidente Piñera, su visión del país, como político, siempre estará influida fuertemente por los criterios que son propios del ámbito empresarial para encarar los problemas humanos más profundos. Eso explica, por ejemplo, su célebre afirmación de que la educación es un producto de consumo... Pero resulta que el hombre y la sociedad humana son algo más que eso.

Vivimos en el ámbito mayor de un paradigma cultural fundado, en sus orígenes, en valores trascendentes. Existe una dimensión psicológica colectiva e individual en la nación. Tenemos aspiraciones de desarrollo personal interior y ético; buscamos un sentido a la vida que trascienda nuestra triste condición de "consumidores" a la que hemos sido reducidos, y así, suma y sigue...

Creo que frente a la sociedad humana considerada en todos sus aspectos, y la compleja y multifacética tarea que eso plantea a un gobernante, existen hoy en Chile candidatos a la presidencia que por su trayectoria política y su cultura humanística demuestran estar más capacitados que Sebastián Piñera.

Gastón Soublette