martes, 23 de agosto de 2016

Duelo y melancolía - Eugenio Tironi - El Mercurio

Duelo y melancolía

Lo que se perdió aquí, en forma violenta, fue la ilusión que despertaron Bachelet y sus reformas. No más novedad, no más carismas, no más ilusiones desmedidas: ellos son la antesala de la pérdida, el duelo y la melancolía.

   
Por lo visto la ciudadanía ha encontrado el arma con la cual golpear a la clase dirigente: la indiferencia. Esto es lo primordial que revela la última encuesta CEP. Una población que mira el espectáculo de la política y los políticos como algo totalmente ajeno a sus intereses; como algo sucio, que contamina, y ante lo cual prefieren no tener opinión ni tomar partido.

Esto no siempre fue así. Hasta hace poco los chilenos sentían cierto grado de identificación con sus dirigentes. Les concedían autoridad; incluso les producían orgullo. Esto se acabó. Se acabó a raíz de la corrupción. Lo que se produjo como efecto es un estado de duelo, que es una reacción frente a la pérdida de un ser amado, o de una abstracción que ejerza ese papel: la patria, la democracia, el crecimiento, la educación. Lo que se perdió aquí, en forma violenta, fue la ilusión que despertaron Bachelet y sus reformas. El duelo ante esta pérdida está aún en desarrollo, pero muestra elementos de una disposición enfermiza que es la melancolía, eso que Freud describe como desazón, autorreproche, irritabilidad, desinterés por el mundo exterior y pérdida de la capacidad de amar.

Hay una brutal caída de las expectativas, a la par con la propagación de una difusa y pastosa sensación de decadencia. La satisfacción de las personas con su propia vida sigue siendo alta (59%), pero igual cae. Las turbulencias económicas afectan, no hay duda, pero más afecta la delincuencia y ahora la corrupción, que da un salto sin precedentes. Pero con todo lo serio que son estos fenómenos, ellos no justifican por sí solos un estado de ánimo tan negativo. Las cosas se mantienen en su cauce, y no ha ocurrido nada que empeore dramáticamente la vida cotidiana de la gente. Esto es lo que me lleva a pensar que la depresión ambiente es más bien producto del duelo y la melancolía ante la pérdida de la fe depositada históricamente en la clase dirigente, y recientemente, en la figura de Bachelet.

El severo castigo que reciben el Gobierno y la Presidenta lo confirma. Se deposita aquí una ira desproporcionada, esa que solo puede alimentar el desengaño. Son el chivo expiatorio, ese mecanismo arcaico de defensa a la frustración y la confusión. Pero el castigo también salpica a los gobiernos precedentes. Al pedirles a los encuestados que les pongan nota, estos son inmisericordes: ninguno llega al cinco. Así es la melancolía: una negatividad que infecta no solo la visión del presente, sino también del pasado y del futuro.

En términos personales la gente se sigue identificando más del centro hacia la izquierda. Las figuras públicas mejor evaluadas, a excepción de Piñera, están todos situados en ese espacio. Pero, ojo: cuando se pregunta sobre un Presidente futuro, lo quisieran más a la derecha que la actual administración, que es vista como de izquierdas. Hay una demanda tácita por autoridad, como lo revela la menor simpatía hacia las marchas y tomas estudiantiles, y por sobre todo el tipo de atributos que se esperan en un futuro Presidente de la República: honestidad, liderazgo, equipos, objetivos claros, preparación, en este orden. El viento parece ir a favor de figuras conocidas y probadas, como Sebastián Piñera y Ricardo Lagos.

No más novedad, no más carismas, no más ilusiones desmedidas: ellos son la antesala de la pérdida, el duelo y la melancolía. Mejor figuras moderadas que reconstruyan el nexo entre la ciudadanía y la clase dirigente en base a un relato que organice y dé sentido a los acontecimientos y a la vida colectiva. Dicho provocativamente, ni Sanders ni Trump: mejor alguien aburrido, como Hillary.

domingo, 21 de agosto de 2016

La caída de Bachelet - Carlos Peña

La caída de Bachelet

   
Uno de los misterios aparentes de la política chilena lo constituye Michelle Bachelet. Su desempeño en las encuestas -la del CEP la deja por los suelos- muestra que las personas no aprueban ni su forma de gobernar ni la manera en que ha ejecutado las reformas que ha emprendido.

La pregunta es: ¿por qué entonces insiste en ellas? ¿A quién -ya que no a la ciudadanía que se refleja en las encuestas- quiere ser fiel Michelle Bachelet?

Hay quienes aseveran que Bachelet se deja llevar por el populismo; por la tendencia a halagar a la calle; por el intento permanente de adivinar lo que la gente quiere, a fin de complacerla y ganarse su aprobación; por la propensión a satisfacer lo que, según ella augura, la gente anhela; por su proclividad a dejarse guiar por la pregunta ¿qué quiere la ciudadanía de mí?

Ese juicio acerca de Bachelet es obviamente equivocado. Si ella fuera populista (si su pulsión básica fuera saciar los anhelos de la gente), en vez de ponerse de espalda a las encuestas y hacer oídos sordos a ellas -como lo ha hecho-, les prestaría atención.

Pero no lo hace. ¿Por qué?

La respuesta es obvia. Porque ella no es populista.

Y es que el pueblo al que Bachelet es fiel no es real: es imaginario.

No está integrado por la gente de a pie que confía en sí misma, trabaja, contesta las encuestas y descree de la política. No. El pueblo para la Presidenta Bachelet es algo que subyacería por debajo de esa realidad, algo que solo latiría en la gente de a pie y que, según ella cree, conforme avancen las reformas, asomará y comenzará a aplaudirla. En suma, lo que explica la conducta de la Presidenta Bachelet es que, para ella, el pueblo no es la gente que tiene ante los ojos, sino aquello en que esa gente se transformaría una vez que las reformas empiecen a fructificar.

¿Raro?

No.

Ocurre con quienes ejercen la política lo mismo que pasa a los individuos en su vida personal. Logran funcionar y soportar las asperezas y las pedradas de la vida, gracias a una fantasía que, interpuesta entre ellos y la realidad, les ayuda a reinterpretarla una y otra vez.

Así, el problema de Bachelet no son los objetivos que persigue (después de todo, caminar hacia una sociedad menos contributiva en pensiones o educación es razonable), sino la fantasía con que encubre y oculta, ante sí misma, la increíble impericia que sus equipos han mostrado para alcanzarlos.

En el caso de Bachelet, esa fantasía es simple de describir.

Para ella, la mala opinión de las encuestas no sería una señal de que las reformas se han diseñado defectuosamente, sino una prueba de que la gente, alienada por el consumo y el tráfago del día a día, no es capaz de advertir cuán buenas serán. Una vez que las reformas emprendan su curso, y principien a fructificar, la gente -piensa ella- valorará retrospectivamente lo que ahora rechaza. Su interés actual llevaría a la gente a rechazar al Gobierno; pero su interés futuro la llevará a aplaudirlo. Es cosa, pues, de esperar.

Se ha subrayado poco la relevancia que ese estilo de Bachelet (que parece hacerla inmune a advertir la impericia propia y ajena) posee.

Hasta los años ochenta (dictadura incluida), ese estilo no era raro. Hacer política consistía en tolerar sacrificios presentes en pos de un futuro imaginado. La imagen en pos de la cual se hacía la política cambiaba según las fiebres de la hora (desde la sociedad sin clases al mercado perfecto); pero el estilo cultural de la política era el mismo: la promesa del futuro ayudaba a soportar los tropiezos del presente.

Y en esa ilusión del futuro confía la Presidenta Bachelet.

Su estilo no es entonces populista, es un remedo inconsciente de un mundo que ya quedó atrás, el mundo de principios de los setenta, el mundo atado a su memoria familiar, cuando Chile no estaba habitado, como lo está hoy, por masas igualadas por la ilusión del consumo, confiadas en sí mismas, quejosas de cualquier forma de autoridad, gente para la que no bastan los buenos propósitos aliñados con la espera de días mejores. Estas masas, descreídas y urgentes, no soportan que los gobiernos excusen su incompetencia técnica con los aires del futuro.

Y si alguien les ofrece algo así -si no, que lo diga la Presidenta Bachelet-, lo ponen rápidamente por los suelos.

jueves, 18 de agosto de 2016

Homo Pokemon - Christian Warnken - El Mercurio

Homo pokemon

Siento su tremenda orfandad, su honda soledad y pienso en sus piezas estrechas en departamentos sin luz ni patio y veo hacia atrás una vida vacía, monótona, con madres y padres ausentes, en un mundo sin Dios.

   
Camino entre zombies de todas las edades que buscan unos "pokemones" imaginarios entre las calles de mi ciudad. En realidad, parezco yo el zombie de una especie en extinción, la de los que recorremos los parques para contemplar los árboles, y las calles para encontrarnos con los otros.

¡Cómo se llenaron nuestras ciudades de personas! ¿Adónde estaban todos estos habitantes que hoy emergen de la nada para copar los espacios públicos? ¿Estaban en sus casas, sumergidos en las pantallas onanistas, eran unos muertos en vida que de pronto resucitaron, unos vampiros que descubrieron que en la realidad también estaba su alimento virtual? ¡A muchos de estos nativos digitales no les había visto jamás la cara, tal vez nunca me habría topado con ellos si no hubiese sido por los pokemones, los grandes buscados! Son las 11 de la mañana, y el Parque Forestal parece invadido por una oleada de muertos vivientes.

Por estos mismos senderos se pasearon el "chico" Molina, Enrique Lihn, Luis Oyarzún, los muchachos de la generación del 50. Ellos también buscaban, pero no a los pokemones, sino la verdad perdida, la poesía extraviada. Daban vueltas y vueltas, peripatéticamente, conversando hasta la primera hora del alba, y tal vez llegarían a la conclusión a la que han llegado los sabios de todos los tiempos, que no hay que buscar para encontrar, sino para seguir buscando.

De pronto quiero huir de estas tribus de nativos digitales, me dan ganas de pararme en mitad de ellos, y gritar a voz en cuello: "¡viva la realidad!, ¡viva el viento, las hojas, vivan los rostros, vivan las cosas que se tocan y se huelen, las puestas de sol, los abrazos y las lágrimas! ¡Abajo la realidad virtual!" Pero, de pronto, y de la nada, se apodera de mí un sentimiento de piedad, una oleada de amor por todos estos niños y niñas y siento su tremenda orfandad, su honda soledad y pienso en sus piezas estrechas en departamentos sin luz ni patio y veo hacia atrás una vida vacía, monótona, con madres y padres ausentes, en un mundo sin Dios (en el que Google reemplazó a Dios) ni ideales y una infancia sin trompos, ni emboques ni pichangas... Y me dan unas ganas ubérrimas (como diría Vallejo) de abrazarlos a todos, uno por uno, y decirles "¡oh, mis queridos homo pokemon, abandonados en una ciudad sedentaria, vosotros que fuisteis nómades y cazadores alguna vez, y ágiles y despiertos, alertas para ir detrás de la presa, libres como el viento, ahora os pokemonizáis para volver a ser cazadores de algo, de una presa en fuga, escondida; ahora tenéis un sentido que llena esas terribles e interminables horas vacías, ahora sois otra vez los monos que fuisteis, algo os sacó de vuestros domicilios para volver a caminar...Voy con ustedes, os sigo, camino a vuestro lado, alienados que buscáis instintivamente lo abierto!". Todo esto lo diría en un tono muy de la poesía de Walt Whitman, con camaradería y afecto un poco impostado, pero afecto al fin y al cabo.

Pero me quedo petrificado, extrañado, entre miles de buscadores de pokemones. Ni grito en sus caras mi odio a la virtualidad asesina de la realidad ni abrazo la humanidad y el instinto remoto, darwiniano, escondido detrás de ese juntarse en grupos y clanes, detrás de una presa. Me quedo ahí, cierro los ojos y me pregunto: "¿Quién está detrás de estos juegos?, ¿no será una expresión más del mal y la alienación imperantes?" Y, entonces, recuerdo una conversación que tuviera hace años con el gran escritor guatemalteco Augusto Monterroso, que también caminara por este mismo parque. Cuando le pregunté por la maldad en el hombre, me miró detrás de sus ojos socarrones y me dijo: "No, Cristián, el hombre no es malo, ¡solo es tonto!" ¿No han sido acaso la mayoría de nuestros actos gregarios en la historia humana acciones igual de predecibles que las de este nuevo juego virtual? Y esta columna podría terminar con este minicuento a la manera de Monterroso: "Cuando despertó, los buscadores de pokemones todavía estaban ahí".

miércoles, 17 de agosto de 2016

Lang Lang : Una Personalidad Arrolladora - Jaime Donoso - El Mercurio

Lang Lang: una personalidad arrolladora

   
Un intérprete musical, como Mercurio, lleva el críptico mensaje de los dioses y lo traduce al lenguaje humano. Los intérpretes entregan al auditor lo que consideran una traducción justa de lo que el compositor plasmó en ese conjunto de signos a descifrar, que es una partitura. Para hacerlo, se debaten entre la fidelidad y la libertad.

Consideraciones semejantes son las que vienen a la mente después de escuchar -y ver- al pianista chino Lang Lang, quien el lunes se presentó en el Teatro Municipal. Su presencia siempre causa expectación y sus versiones ocasionan los más diversos comentarios, algunos laudatorios sin ningún reparo, y otros reticentes y a veces lapidarios. ¿Dónde hay unanimidad? En el reconocimiento de su técnica prodigiosa. ¿Dónde hay crítica? En su libertad, que, según algunos, se transforma en arbitrariedad.

Para el inicio de su recital, Lang Lang escogió "Las Estaciones", opus 37, de Tchaikovsky, que son doce piezas de carácter correspondiente a cada mes del año. La obra tiene fuertes reminiscencias de Schumann, tanto en lenguaje como en temática: el fuego del hogar, el carnaval, la noche estrellada, los cantos de cacería y cosecha. La composición se presta para una ejecución con abundante rubato en los momentos tranquilos, y en ellos el pianista exhibió un maravilloso cantabile que alcanzó sublimes momentos. El público, que había escuchado en arrobado silencio, no se contuvo después de la "Canción de cosecha" (Agosto), y prorrumpió en encendidas ovaciones para una ejecución irresistible. En su conjunto, se trató de una interpretación excepcional, y el hecho de que el pianista tocara un forte donde dice piano o transformara un Allegro giusto en un Presto con fuoco no tuvo demasiada importancia.

Para tocar Bach, Lang Lang ni por asomo tiene la preocupación de acercar su toucher al sonido original de un clavecín. Es como si respondiera de manera muy personal a la eterna pregunta: ¿Qué habría hecho Bach si hubiera conocido el piano? Su interpretación del "Concierto italiano" fue desafiante e hizo todo lo que los puristas rechazarían. Y sin embargo la música estaba íntegra ahí, luciendo su estructura motórica en los movimientos rápidos y el lirismo del Andante central. Para ello, el pianista no escatimó el uso del crescendo y diminuendo (imposibles de realizar en el clave) y confirió el peso a la mano izquierda propio de un gran piano de concierto. ¿Discutible? Sí. ¿Fascinante? También.

Como era de suponer, los cuatro Scherzi , de Chopin, cruzaron el escenario como un vendaval. Con una técnica para quedar estupefacto, Lang Lang no dio tregua, y usó tempi en el límite, lo que ocasionalmente hizo que la música no tuviera oportunidad de "respirar". Así y todo, gracias a su personalidad arrolladora, la entrega ocasionó un delirio de la audiencia, que fue premiada con tres obras fuera de programa.

Territorios Liberados - Gonzalo Rojas - El Mercurio

Territorios liberados

Han liberado al lenguaje de todas sus ataduras de sentido, respeto y educación, por lo que hoy se puede mentir, insultar y maltratar desde el olimpo de una superioridad incontrastable.

   
¿Por qué ha causado tanto escándalo que Gabriel Boric se haya referido a la comunidad de Temucuicui como un "territorio liberado"?

Simplemente porque ha develado lo que viene sucediendo en tantos ámbitos, en los que habitualmente no se habla con la sinceridad del diputado autonomista. En Chile, desde hace unas décadas, hay una minoría audaz que procura "liberar territorios" y que ya cuenta entre sus botines buena cantidad de usurpaciones, pero la dimensión liberadora de su tarea suele pasar inadvertida

Inspirados en una determinada teología de la liberación, en la filosofía de la autonomía y en la ideología de los derechos sociales universales, esta camada de mesías ha ido liberando todo lo que encuentra a su paso y no se detendrá hasta conducirnos al paraíso de la total libertad.

Han liberado al lenguaje de todas sus ataduras de sentido, respeto y educación, por lo que hoy se puede mentir, insultar y maltratar desde el olimpo de una superioridad incontrastable.

Vienen liberando al cuerpo humano de las molestas ataduras de su precaria condición, para hacerlo por fin dueño de su propia sexualidad (la que sea: cada uno construye su identidad), evictor de inquilinos indeseables (¡esos molestos fetos!), conductor de sus tendencias alucinógenas y señor de su eventual autoeliminación.

Por fin, años atrás, lograron liberar a todas las parejas chilenas del vínculo insufrible basado en un compromiso para toda la vida, facilitando que se pueda contraer un segundo vínculo insufrible para lo que quede de vida, ciertamente desechable para... contraer un tercero y un cuarto. Y así hasta la liberación final.

Hace rato que han liberado la sala de clases de la opresiva autoridad del profesor. Ya era hora de que las vetustas tesis de los sesenta sobre el alumno sujeto de su propia educación triunfaran de una vez por todas y los profesores bajaran a la calidad de profes, desde la que serán gradualmente desplazados a la condición de tíos. Y ya se sabe lo que pueden importarles los tíos a los jóvenes. Ya era hora de que se comenzara a terminar con la opresión del que sabe y puede más.

Y se nos anuncia que la familia chilena, gracias a la gratis gratuidad (dígase tres veces o si no, no vale), será liberada de sus deudas educacionales, para que pueda aumentar todas las restantes deudas en asuntos de superior importancia y gran variedad: consumo, consumo y consumo. Por cierto, para eso está en trámite el proyecto de ley que liberará el territorio universitario, hoy en manos de unos perversos individuos que afirman ser los dueños de esas instituciones. No, no es posible, nos dicen: las universidades no tienen dueños, deben ser liberadas de esa ficticia propiedad.

Si en cada una de esas dimensiones ha faltado la explícita sinceridad de Boric, ha habido otros campos en que la liberación se ha hecho más evidente, visualmente más grata a la contemplación. Basta con observar los edificios universitarios y secundarios tomados y la estética liberadora que ofrecen; se aconseja asomarse a la Alameda en estado de catarsis durante una marcha; es conveniente observar los símbolos religiosos destrozados o quemados (para que no ofendan con su apelación a las ataduras con lo Superior), porque en sus despojos el chileno debiera encontrar la paz de la libertad.

Ahí sí que no han cuidado las formas nuestros mesías liberadores.

Bueno, pero por fin dueños de tantos y tan variados territorios liberados, ¿sabrán los chilenos qué hacer con sus vidas?

Sí, porque no olvidan los promotores de la liberación que ellos y solo ellos -desde el Estado o desde sus propias organizaciones- pueden hacer felices a esta manga de borregos a los que acaban de liberar.

domingo, 7 de agosto de 2016

La Revolución es exactamente éso. - Carlos Alberto Montaner

La revolución es exactamente eso

   
En Venezuela pasan hambre. Es la revolución. No importa que sea el país potencialmente más rico del mundo. Lo mismo sucedió en 1921 en la recién estrenada URSS. Murieron de hambre un millón de rusos. Lenin se regocijó. "La revolución y yo somos así, señora". Les impidieron comerciar a los campesinos y el ejército rojo les confiscó los alimentos, incluidas las semillas.

Pasó en China. Hubo veinte millones de muertos. En ese país, el dolor también es multitudinario. Pasó en Camboya y en Norcorea, donde algunos sujetos desesperados recurrieron a la antropofagia. Pasa siempre. En Cuba sesenta mil personas perdieron la vista o la movilidad de sus miembros inferiores por la neuritis periférica generada por la desnutrición tras el fin del subsidio soviético.

Castro chilló contra el "bloqueo". Al ministro de Sanidad, que advirtió lo que pasaba, lo echaron de su puesto. La revolución también es callarse la boca. No era el embargo. Era la revolución. Siempre es la revolución. Al bengalí Amartya Sen le dieron el Premio Nobel de Economía por demostrar que las hambrunas invariablemente son causadas por la intromisión del Estado. Cualquiera de las víctimas del comunismo se lo hubiera podido explicar a los suecos con la misma claridad sin necesidad de obtener un doctorado en Cambridge.

¿Por qué lo hacen los comunistas? ¿Son sádicos? ¿Son estúpidos e incurren en los mismos errores una y otra vez? Nada de eso. Son revolucionarios empeñados en crear un mundo nuevo a partir de las recetas de Karl Marx.

¿No aseguraba Karl Marx que la oligarquía dominante y el modelo de Estado eran la consecuencia del régimen de propiedad capitalista? ¿No aseguraba que si una vanguardia comunista se apoderaba de los medios de producción en nombre del proletariado surgiría una sociedad nueva regida por hombres nuevos dotados de una moral nueva?

Es una cuestión de prioridades. A los revolucionarios comunistas no les interesa que la gente viva mejor o que el campo y las fábricas produzcan más. Esas son tonterías pequeñoburguesas propias de las democracias liberales en las que están incluidos los traidores socialdemócratas, los democristianos y otras especies menores empeñadas en la cháchara de la pseudojusticia social.

Las dos tareas esenciales de los revolucionarios comunistas son, primero, demoler la estructura de poder del "antiguo régimen" y sustituirla por su propia gente; segundo, apoderarse del aparato productivo, arruinar a las empresas que no pueden manejar y estatizar el resto para privar de recursos a los viejos oligarcas capitalistas.

Son en estas dos actividades donde los revolucionarios comunistas demuestran si han triunfado o fracasado. Ese es el benchmark . Lenin y Stalin triunfaron, al menos por varias décadas. Mao y los Castro triunfaron. Chávez triunfó ... por ahora.

¿Qué le importa a Maduro que haya niños esqueléticos que se desmayen por hambre en las escuelas o que los enfermos se mueran por falta de medicinas? Su definición del éxito nada tiene que ver con la alimentación o la salud de los venezolanos, sino con lo que en ese mundillo enfebrecido y delirante llama, pomposamente, la "consolidación del proceso revolucionario".

Eso explica la lenidad ante el inmenso robo al tesoro público o la complicidad con el narcotráfico. Bienvenidos. Marx también entregó la coartada perfecta: están en la fase de acumulación primaria del capital. En esta época de cambio de régimen, como quien muda de piel, todo vale.

Ya habrá tiempo de restablecer la honradez y confiar en que los planes quinquenales centralmente planificados traerán algo parecido a la prosperidad. Por ahora se trata de enriquecer a los revolucionarios clave: los Cabello, los sobrinos, los generales dóciles, los boliburgueses, es decir, los revolucionarios al servicio de la causa. Deben tener los bolsillos llenos para que puedan ser útiles.

¿Se entiende ahora por qué los revolucionarios comunistas repiten una y otra vez el mismo esquema de gobierno? No están equivocados. El desbarajuste es parte de la construcción del nuevo Estado.

¿Se comprende por qué los Castro le aconsejan a Maduro que siga el improductivo modelo cubano y por qué este los obedece perrunamente? Lo que les importa a los chavistas es mantener el poder y cambiar las élites de gobierno por las suyas propias.

¿Se explican los colombianos qué quiere decir Timochenko cuando promete revolucionar a Colombia cuando llegue al poder? ¿O Pablo Iglesias en España cuando asegura que utilizará en su país la misma receta que les recomendaba a los venezolanos? Son coherentemente destructivos.

La revolución es eso. Exactamente eso. Nada más y nada menos.

Carlos Alberto Montaner
reconocido escritor, analista y periodista cubano en el exilio.

A los revolucionarios comunistas no les interesa que la gente viva mejor o que el campo y las fábricas produzcan más.