miércoles, 19 de agosto de 2015

Administración Bachelet: gestión política, desempeño y evaluación - José Joaquín Brunner - El Líbero

Administración Bachelet: gestión política, desempeño y evaluación

La información y los análisis disponibles subrayan las debilidades observadas en la cúspide del poder gubernamental, con una Presidenta objetivamente disminuida frente a la opinión pública encuestada.
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El gobierno se mueve entre tres factores que entraban su gestión política (politics) y de políticas públicas (policies). Primero, el desempeño gubernamental -expresado en leyes aprobadas, solución de problemas en áreas claves, transmisión de señales, satisfacción de diferentes partes interesadas, etc.- es considerado poco efectivo. Segundo, el reconocimiento y apoyo de la opinión pública encuestada es críticamente bajo. Tercero, el núcleo que conduce la gestión política y de políticas públicas aparece poco asentado; como veremos, no transmite seguridad ni parece confiar en sí mismo.

I

El desempeño gubernamental es inefectivo. Desde el primer día la administración Bachelet trabaja sin una agenda con prioridades y metas a ser alcanzadas gradualmente. Por lo mismo, su acción resulta confusa, desordenada y poco jerarquizada. Es cierto, hay un programa que en su momento sirvió como medio de campaña para comunicar aspiraciones y convocar electores en torno a la figura -entonces carismática- de la candidata, hoy Presidenta.

Mas el programa declara valores, fines, no objetivos a alcanzar dentro de un marco de posibilidades. Habla de equidad, libertad, transparencia, sustentabilidad, participación, poder local, bienestar y fines públicos, pero no de cómo organizar medios y procedimientos ni cómo asignar responsabilidades y recursos para su obtención. Justamente es en el plano de los valores últimos donde las políticas tienen que arbitrar. ¿Cuánta equidad y cuánta autonomía para que las familias elijan la educación de sus hijos? ¿Qué grado de libertad para que las mujeres decidan terminar con su embarazo? ¿Cómo combinar los derechos de los individuos y los intereses de la comunidad?

En situaciones conflictivas o inciertas es inevitable que los gobiernos empleen conceptos ambiguos -como de suyo es el lenguaje de los valores- para mantener una relativa cohesión entre sus seguidores y en su coalición de apoyo. Precisamente por eso la actual administración -cuando arrecian las dificultades y tensiones- emplea conceptos estratégicos vagos además de hacer un uso táctico de la ambigüedad al nivel de los medios y los objetivos. El costo es ser percibida como imprecisa cuando no contradictoria. Lo cual a su vez provoca fallas de comunicación con los partidos, gremios, sindicatos y movimientos sociales.

También las principales reformas impulsadas por el gobierno presentan problemas de ambigüedad e interpretación. El lema del “realismo sin renuncia” es quizá el ejemplo más contundente. Al punto que la propia Presidenta, su equipo político y la Nueva Mayoría (NM) terminaron enredados en la interpretación de esta cabalística fórmula. Ni siquiera el cónclave destinado a precisarla pudo despejar la confusión.

Si el desempeño del gobierno en el armado y gestión de su agenda ha sido débil, no puede uno sorprenderse que los resultados sean mal evaluados. Por ejemplo, los proyectos tramitados en el Congreso parecen improvisados y son técnicamente débiles, al punto que el propio gobierno debe rehacerlos por la vía de las indicaciones y, una vez promulgados, requieren numerosas circulares aclaratorias y reglamentos para poder implementarlos, o incluso de una ley para mejorar su diseño y graduar su aplicación.

Una misma percepción de falta de diseño o baja efectividad existe respecto del manejo de los asuntos cotidianos de la administración, como la seguridad urbana, la paz en La Araucanía, la diplomacia frente a Bolivia, los colegios municipales, el transporte metropolitano, la construcción de hospitales o la gestión de las becas para estudios en el extranjero.

De allí el juicio negativo, y de insatisfacción, que se ha ido instalando entre los diversos actores y partes interesadas en las políticas públicas.

El gobierno se defiende alegando que esas reacciones eran previsibles y responden a los intereses amenazados por las reformas estructurales. Bien podría ser un elemento de la explicación. Pero no se hace cargo del hecho que la mayor parte de las insatisfacciones se asocia no a las reformas, sino a persistentes problemas como el Transantiago, las colas de espera, los abusos, la inseguridad ciudadana, los fenómenos de corrupción, una economía más estrecha. O bien a la gestión deficiente de las propias reformas concretadas o proyectadas (tributaria, escolar, laboral, de reforma constitucional, de gratuidad de la educación superior, etc.).

La verdad es que una medida importante de las insatisfacciones se debe, ante todo, a lo errática de la conducción del gobierno, a su interlocución sin resultados, lenguaje confrontacional, la explosión de expectativas impulsada por el discurso oficial, escasa capacidad resolutiva de autoridades intermedias, burocratismo de los servicios públicos, divisiones dentro de la NM y un clima de incertidumbre provocado por una autoridad indecisa.
II

Todo lo cual nos conduce al extrañamiento experimentado por la opinión pública encuestada respecto al gobierno Bachelet. Esa opinión -que habla a través del los sondeos de ADIMARC, CEP, MORI, CADEM, CERC y los medios de comunicación de masa- se pronuncia negativamente en la actualidad, en un nivel nunca antes visto, respecto de la Presidenta, su gobierno y sus medidas de reforma. Muestra un reflujo de la popularidad gubernamental desde la cima alcanzada tras la elección de la Presidenta, hasta la sima donde ha caído durante las últimas semanas.

No ha sido un cambio de marea agitado, abrupto, de alta intensidad y fuertes turbulencias. Al contrario, ha sido un descenso gradual pero persistente a lo largo de los últimos diez meses: en todos los sectores sociales, grupos de edad, en regiones y Santiago, entre hombres y mujeres y entre personas distribuidas a lo ancho del espectro ideológico.

Estos movimientos de opinión son, digamos así, la otra cara de la deficitaria performance del gobierno. Es la percepción existente -medida como registro de opiniones- sobre la conducción gubernamental.
El sector social donde esa percepción negativa ha ido difundiéndose más profusamente es aquel conformado por la actual clase media, especialmente en los nuevos estratos emergentes. Son esos segmentos los que más fuertemente dependen de la calidad de la gestión política y de las políticas públicas imprescindibles para mantener e incrementar las oportunidades de vida, educación, trabajo, consumo y participación. Efectivamente, dichos grupos -que entre otras cosas se ensanchan cada cuatro años con la inclusión de 600 mil nuevos técnicos y profesionales- son los que mayormente necesitan crecimiento económico, empleos, seguridad en los barrios, colegios que funcionen con efectividad, menores tiempos de espera en los servicios de transporte y salud, acceso a viviendas al alcance de sus ingresos y ahorros.

Algo similar ocurre con otros segmentos de esa clase media ampliada: micro y pequeños empresarios, vendedores, empleados de servicios públicos y privados, estudiantes técnicos y universitarios, adultos que asisten a cursos vespertinos y a programas de capacitación. Más que el carisma de la Presidenta, o el nivel de progresismo de la NM, o las promesas del programa, a los hombres y mujeres de clase media les importa un gobierno eficaz, realista, con agenda clara, eficiente en la solución de problemas, que mantiene el orden y la seguridad, construye acuerdos y ofrece un sentido a la vida colectiva de la sociedad.

La administración Bachelet ha sido particularmente débil en su desempeño y gestión comunicacionales. Ha carecido de un relato que confiera sentido a sus decisiones e identidad a sus propuestas. Al contrario, su fisonomía discursiva está marcada por declaraciones contradictorias y poco realistas de la Presidenta; por la oscilación entre una fraseología rupturista y una gradualista; por las memorables ironías de un ministro o aquella inolvidable metáfora empleada por un presidente de partido de la NM.

La ausencia de una narrativa coherente -en una administración que al comenzar se preciaba de inaugurar un nuevo ciclo, traer consigo un paradigma que cambiaría drásticamente las políticas de la Concertación, y de tener una pretensión refundacional- deja atrapado al gobierno entre el fuego cruzado proveniente de las diferentes fracciones internas de la NM que buscan definirlo a su favor. Así, en vez de contar con una comunicación orientada estratégicamente, la administración Bachelet ha terminado envuelta en una refriega de mensajes que contribuye a dificultar la conducción.
III

El bajo desempeño manifestado a través de una performance mediocre, performance mal enjuiciada a su vez por la opinión pública encuestada, desemboca en un cuadro de crisis en el núcleo que gestiona la política y las políticas públicas del gobierno. He aquí la principal causa de la crisis de conducción que hemos estado analizando desde hace varios meses.

¿De qué se trata?

Primero, de un mal funcionamiento en el núcleo mismo del poder presidencial; es decir, la Presidenta, sus ministros distribuidos según una jerarquía informal del poder en tres o cuatro anillos en torno de ella, el personal directivo de confianza y los asesores de política y políticas –los technopols- que forman la primera línea de la gestión política dentro del aparato gubernamental junto a las tecnoburocracias directivas. Este núcleo, se supone, es la cabeza estratégica del gobierno, responsable por las orientaciones, la agenda, las relaciones con el Parlamento y la NM, y del discurso oficial y los relatos sectoriales.

En los gobiernos anteriores de la Concertación hubo diferentes maneras de organizar la división del trabajo y las jerarquías efectivas del poder dentro de dicho núcleo. Por ejemplo, en la administración Aylwin, el ministro secretario de la presidencia, Edgardo Boeninger, jugó un papel central –hasta hoy recordado con admiración— en la gestión y coordinación político-programática, acompañado por Enrique Correa (consejero de príncipes magna cum laude) en la Segegob y por Alejandro Foxley en el ministerio de Hacienda, los tres encargados además de activar las redes de tecnopolíticas y tecnocráticas que llegarían a formar parte de la identidad y el estilo concertacionistas. Durante el gobierno Lagos, en cambio, el propio Presidente junto a su equipo de segundo piso tuvieron control sobre la orientación estratégica de la administración, creando una “presidencia imperial” apoyada por un equipo político encargado de la gestión cotidiana de los asuntos gubernamentales. El gobierno Piñera, en tanto, intentó -sin éxito-sustituir esa función política superior por un énfasis gerencial dentro de un modelo de gobierno emprendedor.

Hoy la información y los análisis disponibles subrayan las debilidades observadas en la cúspide del poder gubernamental, con una Presidenta objetivamente disminuida frente a la opinión pública encuestada; que equivocó el armado básico de su primer gabinete y luego de un año debió reemplazarlo, sin que hasta hoy pueda saberse si acaso el nuevo armado funcionará o no; que ha carecido de una agenda y no ha podido trazar un rumbo; que carece de un diseño comunicacional y se mantiene relativamente alejada de su núcleo, dando escasas o ambiguas señales a sus equipos políticos, burocráticos y técnicos.

Más grave es que esas decisiones equivocadas o de inciertos resultados, y la constante vacilación en la toma de decisiones, han dado lugar a dudas respecto a lo acertado del juicio político de la jefa de Estado, elemento clave de la conducción. Grave, pues como señala un académico experto en análisis político, “ninguna cantidad de buen proceso político puede remediar un juicio político errado” (R. Wilson). En efecto, la autoridad puede llevar a cabo todas las consultas del caso, escuchar a las diversas partes interesadas, hacer participar a los partidos y parlamentarios de la NM, solicitar consejo a sus asesores, recibir informes técnicos y sin embargo, si finalmente adopta una decisión equivocada, vacila o la posterga, el positivo proceso previo queda olvidado.

Si acaso una decisión ha sido acertada, llega a saberse solo una vez evaluadas las consecuencias. Vale aquí el pragmatismo shakespeariano del all's well that ends well (“bien está lo que bien acaba”). Entre tanto, la persona que decide debería reunir una serie de habilidades y condiciones según la literatura especializada: capacidad de sopesar factores en competencia, coraje para trabajar con el largo plazo en la mira pero manejando las demandas inmediatas, reacción instintiva para saber qué objeciones tomar en consideración, equilibrio en medio de intensas presiones, confianza en sus colaboradores y un entendimiento sofisticado de la gente, sus intenciones y necesidades. Además, una comprensión inmediata de lo que está en juego. Y un saber casi instantáneo sobre qué pasaría “si”... Amén de tener sentada a su diestra, sonriente, a la diosa Fortuna.

La Presidenta ha reconocido con candor dificultades para ejercer certeramente el juicio político, al punto que -confiesa ella- suele tener una intuición correcta, pero luego decide otra cosa, como ocurrió con ocasión del tsunami del 27 F, del Transantiago, la reforma educacional y la decisión de regresar (o no hacerlo) a Santiago luego de estallar públicamente el caso Caval.

Tampoco aparece consolidado el liderazgo de la Presidenta y su equipo en relación con los diversos niveles del poder gubernamental, particularmente con los tecnoburócratas que gestionan conocimientos y con los funcionarios que trabajan al nivel de la calle, en los puntos concretos de provisión de los servicios de salud, seguridad, educación, vivienda, etc.

En el primero de esos planos, el de la gestión del conocimiento experto -factor clave de la política pública en todas sus fases de diseño, formulación, decisión y aplicación-, los technopols y tecnoburócratas juegan papeles decisivos. El gobierno Bachelet inició su período de administración con un discurso ambiguo respecto de esos grupos, de los cuales desconfiaba, pues tendían a imponer, sostenía la cúpula de la NM, una racionalidad abstracta y economicista cuando no neoliberal, la que supuestamente habría marcado la ideología y el estilo de los gobiernos de la Concertación. En breve, tales grupos habían impedido a dichos gobiernos echar a volar la imaginación, soñar con otro país y mover los límites de lo posible, imponiéndoles un pragmático realismo, aquel del “en la medida de lo posible”.

Por eso mismo la actual administración ha mantenido una relación tensa con sus propias tecnoburocracias y technopols, al menos hasta el momento de la desfenestración de la dupla Peñailillo-Arenas y su reemplazo por la dupla Burgos-Valdes, genuinos representantes de los know how político y técnico-económico, respectivamente. Su arribo a La Moneda fue saludado como el regreso de la racionalidad formal al gobierno, a la espera de que la Presidente defina una nueva orientación, la que hasta hoy permanece en disputa.

Por su parte, en la calle, donde el Estado deja de ser una entelequia jurídica y se encuentra con la gente, es donde se expresa diariamente la efectividad y eficiencia de los servicios que prestan los funcionarios de última línea, aquella que entra en contacto con la población a través de profesoras, enfermeras, carabineros, trabajadoras sociales, parvularias, inspectores municipales, etc.

La aplicación de las leyes y los reglamentos, la garantía de los derechos, la seguridad personal, las prestaciones de los ministerios y grandes servicios, en breve, toda la actividad cotidiana y concreta del Estado, encuentra ahí su expresión rutinaria, interactiva, sobriamente local y masivamente individualizada.

También allí es evaluado continuamente el gobierno por un sujeto distinto que la opinión pública encuestada. Ya no se trata de conocer cómo las personas valoran (con nota de 1 a 7) el trato en la clínica de urgencia, o el rol del profesor en la comunidad, o su preferencia por un candidato X o Z, sino de captar y entender (cualitativamente) la experiencia vivida por esas personas al entrar en contacto diario con el Estado al nivel de la calle.

Aquí nos topamos, por tanto, con una opinión más densa, granular, intensa, no registrada directamente por las preguntas de una encuesta, sino vivida en la intimidad, compartida con la familia y los amigos, en el vecindario y el lugar de trabajo. Los climas de opinión que de allí surgen solo se manifiestan parcial y limitadamente en los sondeos de opinión; sin embargo, alimentan y determinan comportamientos, votaciones, conversaciones, memorias, reacciones, emociones y constituyen el trasfondo emocional de la opinión pública encuestada.

También en este último plano el gobierno parece gozar de escaso consentimiento, favor, entusiasmo y “buena onda” con la población. Al contrario, la polis parece crispada, asustada, incierta, descontenta e insegura en sus bienes y oportunidades. Los medios de comunicación procesan esos climas y los convierten en ondas, mareas, conciencia colectiva, psicología social. No digo solamente entre las élites, ni solo entre los grupos de intereses que pudieran verse afectados material o simbólicamente por las reformas del gobierno Bachelet. Me refiero a la población que vive inmersa en el curso de los hechos cotidianos y allí se forma una idea, una imagen, un sentimiento del país y su gobierno.

Paradojalmente, la intelectualidad de los malestares, aquella que vio elevarse sus bonos con la actual administración, pues de sus círculos se reclutaban los technopols y tecnoburócratas supuestamente en posesión de los más lúcidos diagnósticos y la mejor “lectura de la sociedad”, ahora se ve rodeada de descontentos para los cuales no estaba preparada ni consigue entender.

jueves, 13 de agosto de 2015

El Estado en las relaciones padres e hijos - El Mercurio 12-08-2015

El Estado en las relaciones padres e hijos
Este proyecto de ley de infancia podría acabar reclamando el dudoso privilegio de ser el primer intento de expropiar la relación de los padres con sus hijos.

 
   
Cierta extrañeza causan las declaraciones de la secretaria ejecutiva del Consejo de la Infancia en el sentido de que ahora "por primera vez este país va a tener una ley que garantice los derechos de niños, niñas y adolescentes"; con el proyecto de ley que se enviaría al Congreso dentro de este mes, el Ejecutivo pretende "cambiar la relación del Estado con los niños, de ver al niño como objeto de políticas públicas, a transformarlo en una persona que es válida por sí misma". Estas afirmaciones no son del todo efectivas y desconocen la realidad de los esfuerzos que se han hecho al menos desde la ratificación de la Convención de los Derechos del Niño para contar con una legislación adecuada a la situación de los menores de edad. Desde luego que hay mucho por hacer, y en ciertos ámbitos también se debe poner atajo urgente a situaciones inaceptables, no pocas de las cuales afectan a los niños que se encuentran bajo la custodia del Estado; pero llama la atención el estilo propagandístico de los anuncios emanados de una instancia que debería ser eminentemente técnica.

En cuanto a las ideas matrices del proyecto, la transformación de los niños en "personas válidas por sí mismas" tendría como consecuencia principal que ellos puedan desarrollar su vida privada, gozar de intimidad personal y mantener sus comunicaciones privadas libres de toda "intromisión" de los padres. Esto vale no solo para la correspondencia por correo y otros medios electrónicos, sino también para los "espacios" que el niño quiera tener a solas con el médico, excluyendo a los padres. El principal argumento para promover este ámbito de exclusión de los padres consiste en que si estos tuvieran una relación de confianza con los hijos, ese espacio de privacidad no debería ser problemático. Igual que el tono propagandístico del anuncio, sorprende la simplicidad de la propuesta, pues parece desconocer por completo que la autonomía de los niños se encuentra en formación y debe ser educada, que los padres y madres -aun con la mejor voluntad- no siempre aciertan, y que los niños son objeto de graves ataques a través de medios de comunicación electrónicos. Estos ataques cuentan precisamente con la tendencia de algunos menores de ciertas edades a considerarse a sí mismos como adultos, y se aprovechan de ella para ocultar esos ataques con la complicidad del menor.

El proyecto parece estar en línea con la estrategia socializante que consiste en interponer al Estado en las relaciones de los hijos con sus padres. Apoyándose en argumentos verdaderos -es correcto que los padres deben ganarse la confianza en lugar de imponerse a sus hijos, y que la forma de vida de los niños no puede estar en función de los objetivos de sus padres-, los saca de contexto para promover un régimen que puede servir para cuestionar formas legítimas de educación o alternativas plausibles de configuración de las relaciones familiares o escolares. No será la primera vez que en Chile se garanticen los derechos de los niños, ni que se les considere como personas de conformidad a la ley. Sin embargo, este proyecto de ley de infancia podría acabar reclamando el dudoso privilegio de ser el primer intento de expropiar la relación de los padres con sus hijos.

sábado, 8 de agosto de 2015

CORRUPCIÓN, la explicación de todos los problemas

Entrevista al analista Moisés Naím:

"La corrupción se ha vuelto la explicación de todos los problemas en muchos países"
El economista venezolano apuesta por una América Latina donde los Mandatarios no sean reelegidos, para evitar que concentren poder y se perpetúen modificando leyes.

 
   
En momentos en que los escándalos de corrupción remecen a varios países latinoamericanos, el analista internacional Moisés Naím comenta a "El Mercurio" que la región está abordando de manera equivocada el problema, buscando a funcionarios honestos en vez de establecer una institucionalidad que dificulte las malas prácticas.

Previo a su visita a Chile -donde el jueves 13 participará de la conferencia organizada por el Bci "Crisis de Confianza y Bajo Crecimiento, ¿cómo salir de la trampa?"- el economista venezolano, autor de "El fin del poder" y ex editor de Foreign Policy, dice que espera que países como Chile reclamen al Presidente de su país, Nicolás Maduro, un proceso electoral democrático, de cara a las parlamentarias de diciembre.

-¿Por qué hoy se ve tanta corrupción?, ¿hay más que antes?

"La corrupción no se puede medir, porque es siempre secreta y lo único que se puede medir es la percepción de la corrupción -que es subjetiva- y los casos que son llevados a juicio. Lo que no hay duda es que la tolerancia a la corrupción ha disminuido.

En muchos países de América Latina había una coexistencia pacífica con la corrupción. Era aceptada como un hecho inevitable de la vida en sociedad y del gobierno, que era parte de la naturaleza humana, política y empresarial. Esto ha cambiado y ha terminado esa coexistencia. Hay pueblos más indignados y más dispuestos a salir a la calle a reclamar para denunciar la corrupción".

-¿Por qué hay menos tolerancia?

"La crisis económica tiene mucho que ver. En la medida que las condiciones de todo el mundo se vuelvan más difíciles, es más indignante para la gente que otros estén lucrando de dineros colectivos. Y, por supuesto, hay más ruido sobre esto, gracias a las redes sociales.

La corrupción tiene distintas etapas. Primero, estalla el escándalo con personas de alto perfil. Etapa dos: hay una masiva cobertura mediática del caso, lo cual nutre la rabia de la gente. Tercero: el escándalo persiste y pasa al Poder Judicial que en todos los países es lento y en algunos -no es el caso de Chile- es corrupto. Y ahí muere. Pocas veces estos escándalos siguen teniendo la potencia mediática por largos períodos. Ocurre que la sociedad comienza a buscar el legendario hombre o mujer honesta, donde la rectitud moral comienza a ser un requisito importante para tener apoyo popular. Eso distrae la atención hacia las instituciones y las reglas que permiten que haya corrupción e impunidad. Es más importante construir instituciones que desincentiven la deshonestidad, que hagan difícil la corrupción y, cuando exista, sea fácil de detectar y de penalizar".

-¿La ola de impopularidad de los presidentes de la región tiene relación con la corrupción?

"Correcto, pero también tiene que ver con la declinación de la situación económica. Estos son países que vienen de un período de mejores condiciones. De crecimiento, aumento del empleo, aumento del salario real y mejoras en programas sociales. Todo esto está bajando y hay un ánimo de frustración. Cuando a eso le añades que los ricos y políticos se están robando el dinero de todos, es natural que aumente la rabia con los que están a cargo del país".

-Da la impresión de que los países se desgastan mucho tratando de solucionar estos problemas de corrupción cuando el foco debiera ser otro.

"Por supuesto, y lo que está pasando en muchos países es que la corrupción se ha vuelto la explicación de todos los problemas. Entonces la receta es la lucha contra la corrupción. ¿Y cuál es la medicina? Poner gente honesta en los cargos. Pero eso no es cierto. Muchos de los problemas que tenemos en América Latina con la educación, infraestructura y con inestabilidad financiera tienen que ver con malas políticas públicas, que no se van a solucionar simplemente poniendo a cargo al legendario hombre o mujer honesta.

En los años 90 hubo una gran ola, parecida a esta, de rechazo contra la corrupción, porque hubo muchos escándalos. Y los principales paladines que aparecieron como los hombres que iban a solucionar la corrupción se llaman Vladimir Putin, Silvio Berlusconi y Hugo Chávez. Son ejemplos de que la receta de buscar el hombre luchador anticorrupción, populista, que va a limpiar el país y restituir la ética, es una apuesta muy peligrosa".

-¿Cuáles son las alternativas en países donde los políticos están desprestigiados?

"El tema más grave que hay en América Latina no es la corrupción en la conducción del gobierno, que es muy grave. Una amenaza mucho peor es la corrupción en el financiamiento de las campañas electorales.

En América Latina las campañas están siendo financiadas por robos al Estado, a dineros públicos, por narcotraficantes o por las peores oligarquías políticas y empresariales, que a través de su dinero están logrando perpetuar en el poder a sus agentes".

-¿Y por qué esa corrupción es más corrosiva?

"Porque el mejor antídoto ante la corrupción es la democracia y esta es socavada cuando su esencia -la expresión del voto- es manipulada por el dinero malintencionado, que entra en cantidades masivas a la política".

-¿Qué le parece que Colombia volviera a limitar la reelección?

"Soy partidario de que un Presidente tiene que tener un período de seis años, sin reelección. Las reelecciones en América Latina son nefastas y son una práctica que hay que acabar".

-¿Por qué afuera de América Latina no es nefasto?

"Porque hay instituciones más fuertes, porque la posibilidad de utilizar el poder de la Presidencia para volver a ganar y perpetuarse y para cambiar leyes, es mucho más difícil cuando hay instituciones fuertes. En América Latina se ha desarrollado el deporte de cambiar la Constitución para concentrar poder en la presidencia y para perpetuar a los presidentes".


"Samper está desprestigiado"

   
"Mi esperanza es que países como Chile alcen la voz y exijan del gobierno de Venezuela que no siga prohibiendo a candidatos muy populares que puedan ser elegidos, que no prohíba la observación internacional de las elecciones (legislativas de diciembre), y que no utilice de manera abusiva los recursos del Estado para garantizar la elección de sus candidatos", dice Naím. "El silencio de Chile ha sido muy triste para los venezolanos". El analista agrega que no confía en la Unasur como organismo observador, la única entidad invitada a monitorear las elecciones. "Nunca ha hecho observación electoral. El ex Presidente colombiano (Ernesto) Samper está completamente desprestigiado en Venezuela y en Colombia. Él llegó a la Secretaría General con el apoyo del chavismo y de Maduro. Nadie cree que la Unasur puede ser un organismo objetivo e independiente y, en muchos sentidos, es un apéndice de los gobiernos del Alba. No hay que olvidar que Samper es muy cuestionado en América Latina".