lunes, 19 de septiembre de 2016

Peña analiza a Guillier

Carlos Peña analiza a Guillier

Después de haberse definido como “laguista” y cuestionar su propia candidatura si es que el ex Presidente daba un paso al frente, Alejando Guillier manifestó –en entrevista con radio La Clave– que “liderazgos como el de Lagos se quedaron en el siglo XX”, dejando prácticamente claro  su interés por ser candidato presidencial.

¿Qué significa la “irrupción”, como lo señala Carlos Peña, de esta candidatura?

Según el columnista, aparentemente,  Guillier podría reverdecer al Partido Radical, del que es cercano. “El Partido Radical representó durante un largo tiempo a las capas medias (Aguirre Cerda, Juan Antonia Ríos, González Videla). Se trataba de grupos sociales surgidos al amparo de la expansión del Estado. Esos grupos, a través del Partido Radical, meditaron entre los intereses de los grupos oligárquicos y los populares”, escribe.

“El resultado fue un período de larga estabilidad”, acota Peña, “que se conoce en la literatura como el Estado de compromiso (1932-1970)".

Peña cree que la irrupción de Guillier podría ser indicativa de que las capas medias retoman ese papel, “por llamarlo de algún modo, histórico”, aunque luego, taxativamente, dice que no es el caso.

Explica que las capas medias de hoy no son las del siglo XX, de modo que “los nuevos grupos medios, a diferencia de aquellos que acunaron durante largo tiempo a los radicales, están conformados por los sectores populares ascendidos gracias al mercado”.

En ellos, según Peña, “no existe nada de la nostalgia que los sobrevivientes de la vieja clase media sienten por el Estado y la antigua educación pública (buena, pero de minorías). En vez de concebir su trayectoria como atada al Estado, la viven como el fruto de su propia autonomía y desempeño; en vez de cultivar la antigua sobriedad, que más que virtud moral era simple pobreza, los nuevos grupos tienden, en la medida de sus posibilidades, al consumo conspicuo (es decir, el consumo que confiere estatus); en vez de arriscar la nariz frente a la provisión privada de educación (que siempre fue signo de ascenso), la apetecen, y en vez de tener consciencia de clase, sentido de pertenencia a un mismo estrato, no tienen ninguna (puesto que sus miembros tienden, cada vez más, a la individuación)”, escribe.

En síntesis, Peña distingue la clase media del siglo XX de la clase media del siglo XXI, argumentando que “una es la clase media del Estado de compromiso y la otra de los grupos medios surgidos al abrigo de la modernización capitalista”.

Su pronóstico, entonces, es que salvo que el PRSD haya abandonado sus raíces y su inspiración, “es difícil pensar que pueda acompasarse a los cambios que ha vivido Chile y sintonizar con ellos”, escribe, agregando que “si lo anterior es así, la irrupción de Guillier no equivale a un reverdecimiento del radicalismo hace ya tiempo languidecente, ¿a qué equivale entonces?

La respuesta del columnista es “a una muestra de levedad que ha alcanzado la política: primero las ideas fueron sustituidas por el programa; ahora, el liderazgo por la simple notoriedad; el político por la figura pública”.

Lo anterior, según Peña, es la única explicación para la candidatura de Guillier, “que hasta ahora no destaca por sus ideas, sino por la rigurosa precaución de no expresar ninguna –sea como vista como plausible”, expresa.

Haciendo un repaso por la antigua tradición del radicalismo, Peña señala que “la política era una profesión que se ejercía por largo tiempo, un quehacer meritocrático que se desenvolvía al alero del partido y de las formas de sociabilidad que él estimulaba (desde los clubes de la masonería). En esa tradición resultaba incomprensible la aparición de un liderazgo repentino, azaroso, de una figura, como la de Guillier, cuya evaluación y conocimiento público no es fruto de un genuino desempeño o reflexión política, sino nada más que el resultado fortuito de los medios, de la habilidad de emitir frases generales que empatizan con el espectador promedio, ese individuo que es todo y es ninguno”.

Por último, Peña estima que la precandidatura de Guillier “no tiene un significado estrictamente político, social; no expresa un reverdecimiento del radicalismo, sino su delicuescencia; no es el surgimiento de un liderazgo, sino la confirmación de que hoy basta con muy poco para pretenderlo”.

“La candidatura de Guiller”, cierra Peña, “expresa así los cambios de la sociedad chilena, la levedad que ha adquirido la política y la desorientación de la centroizquierda, al extremo que algunos de sus miembros piensan, y lo piensan al parecer en serio, que la visibilidad de los medios y una personalidad atractiva por lo inocua es cuanto se necesita para conducir el Estado”.

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